Deforestación en España
La deforestación en España tiene sus raíces en las culturas antiguas y comenzó con la expansión de la agricultura durante el periodo final de la Edad de Piedra. A lo largo de los siglos, España sufrió una importante deforestación, pero no fue hasta el siglo XX cuando el gobierno tomó medidas para proteger y regenerar los bosques.
En 1982 se habían reforestado casi 3 millones de hectáreas de tierras anteriormente estériles. Sin embargo, en muchas reforestaciones se han plantado pinos y eucaliptos no autóctonos, lo que puede aumentar el riesgo de incendios forestales y, en consecuencia, la desertización.
Historia de la deforestación en España
Según una leyenda popular que se remonta al siglo I, el geógrafo griego Estrabón describió la Península Ibérica (donde se encuentra España) como tan frondosa que una ardilla podría atravesarla de sur a norte (“de Gibraltar a los Pirineos”) saltando de un árbol a otro sin tocar el suelo, lo que hoy sería imposible. Aunque la afirmación es discutida y parece que Estrabón nunca dijo tal cosa, lo cierto es que el paisaje español ha sufrido una gran deforestación desde la expansión de la agricultura durante el Neolítico (10000-4500 a.C.).
Este proceso comenzó siglos antes de que España tuviera su nombre y fue causado por guerras e invasiones, cultivos, incendios seguidos de pastoreo, e industria y minas. Los primeros bosques que sufrieron fueron los pinares costeros a orillas del Mediterráneo, muy afectados por la expansión de las rutas comerciales marítimas, ya que suministraban madera y brea (resina) para la construcción naval. A principios de la era cristiana, sólo estaban a salvo los bosques montañosos remotos, ya que el transporte de la madera era entonces increíblemente difícil.
La expansión de la agricultura provocó cambios significativos en el paisaje, transformando los bosques en zonas de cultivo y pastoreo. Los primeros agricultores utilizaron incendios recurrentes para eliminar la vegetación forestal, lo que supuso una ventaja selectiva para las especies adaptadas a los incendios naturales. Esto provocó, entre otros cambios, la sustitución de los pinares marítimos locales por robles perennifolios. Cuando las culturas del Mediterráneo oriental, como los romanos, colonizaron la zona, la presión agrícola sobre el ecosistema aumentó aún más.
Durante las Edades del Bronce y del Hierro (3300 a 1200 a.C. y 1200 a 600 a.C., respectivamente), la minería se hizo popular. Al aumentar la importancia de la guerra, la demanda de metal para fines militares provocó una necesidad constante de carbón vegetal. La minería contribuyó al agotamiento de los bosques que ya se estaba produciendo debido a la agricultura, lo que provocó impactos directos e indirectos en los bosques. Sin embargo, a la caída del Imperio Romano de Occidente y el comienzo de la Alta Edad Media (finales del siglo V y principios del VI d.C.), aún quedaba una cantidad significativa de bosques en la Península Ibérica.
Entre los años 711 y 756 d.C., la cultura árabe dominó la Península Ibérica. Durante esta época, sus avanzadas técnicas de irrigación permitieron un mejor aprovechamiento de la tierra, y el geógrafo El Idrisi describió una región en la que los bosques proporcionaban recursos vitales, alabando la calidad de la madera y lamentando la deforestación de España. Sin embargo, la Reconquista cristiana (que duró del 722 al 1492 d.C.) fue devastadora para la tierra: como toda la Península Ibérica fue en algún momento frontera entre los reinos moro y cristiano, la tala maliciosa de árboles y los incendios redujeron drásticamente los bosques que antaño cubrían la zona. En el siglo XIII, los reinos cristianos casi habían completado su expansión hasta el sur de la península. Explotaron vastas zonas boscosas y despobladas mediante el pastoreo de ganado, principalmente ovino, vinculando la economía española al comercio mundial de la lana y provocando una deforestación aún más drástica.
Normativa vaga y fallida sobre deforestación en España
En los siglos XIII y XIV, el gobierno castellano reconoció el valor de los bosques en la economía rural y promulgó estrictas normas de conservación. Sin embargo, el sector ganadero protegido, impulsado por el rentable comercio de lana fina merina, siguió expandiéndose. Más tarde, la importancia de la Armada española y su necesidad de madera aumentaron con la protección de las rutas comerciales hacia las colonias españolas en América durante la dinastía borbónica. En 1748 se aprobaron dos Ordenanzas Forestales para regular la tala de árboles para la Armada, pero eran injustas y provocaron una deforestación ilegal al negarse los campesinos a cumplirlas.
En la primera mitad del siglo XIX llegaron al poder en España diferentes regímenes políticos con políticas forestales diversas. A mediados del siglo XIX, la demanda de lana española disminuyó y, en 1855, el ministro de Hacienda, Pascual Madoz, aprobó una ley que permitía la venta de bosques públicos. En 1859 se creó un catálogo para clasificar los bosques susceptibles de venta, que abarcaba unos 3,4 millones de hectáreas. Sin embargo, los pocos ingenieros de montes existentes añadieron una cláusula que excluía la venta de bosques que el gobierno considerase inadecuados, lo que permitió que un total de 19.774 bosques (6,76 millones de hectáreas) siguieran siendo públicos.
Entre 1855 y 1924, unos 260.000 particulares adquirieron 5,2 millones de hectáreas de tierras privadas (equivalentes a más del 10% de la superficie total de España). A lo largo de un siglo, se privatizaron casi 18,5 millones de hectáreas. Por desgracia, los beneficios que se esperaban de este proceso para la conservación no se materializaron, ya que muchos bosques privados se convirtieron en pastos o tierras de cultivo para obtener un beneficio económico inmediato.
Programas de reforestación en España
En el siglo XX, la deforestación había cambiado significativamente el paisaje de España, y la reforestación se convirtió en una cuestión acuciante. Entre 1901 y 1939 se promovió la reforestación para gestionar los recursos hídricos y evitar los corrimientos de tierras. Muchas de estas zonas reforestadas se han convertido hoy en bosques consolidados en toda España, desde los Pirineos hasta la costa mediterránea.
Uno de los ejemplos más notables del impacto de la reforestación durante este periodo es la Sierra de Espuña, en Murcia (España). A finales del siglo XIX era árida y propensa a inundaciones destructivas, pero tras la campaña de reforestación se convirtió en una zona verde rica en biodiversidad e incluso se incluyó en el Catálogo de Parques Nacionales en 1917.
Durante la dictadura que siguió a la Guerra Civil española (1940-1975), se puso en marcha un ambicioso plan de reforestación como solución al desempleo. El Plan General de Reforestación de España, publicado en 1939, pretendía conservar y restaurar todos los terrenos aptos para la reforestación, reconociendo la creciente productividad de los bosques con el paso del tiempo. Como resultado, se reforestaron 2,9 millones de hectáreas, equivalentes al 11,34% de la superficie forestal española.
Desde 1984, España ha experimentado importantes cambios sociales e institucionales, incluida la adhesión a la Unión Europea. Un acontecimiento positivo durante este tiempo fue la introducción de la Política Agrícola Común, que ofrecía incentivos financieros a los propietarios que plantaban árboles en tierras cultivadas. Sin embargo, la falta de criterios coherentes para asignar nuevas superficies forestales ha dificultado la interpretación de las estadísticas y ha dado lugar a datos contradictorios. Por ejemplo, algunas fuentes sugieren que España ha aumentado su superficie forestal en un 33% entre 1990 y 2020, mientras que otras informan de un descenso del 46% en las tierras reforestadas anualmente.
A pesar de que casi todos los gobiernos regionales de España han aprobado un Plan Forestal que se ajusta a las Estrategias Forestales de la UE y a la directiva Hábitat, la falta de coordinación entre las administraciones ha obstaculizado el desarrollo de una estrategia más integrada hacia la reforestación.
Incendios forestales y peligro de desertización
Los esfuerzos de reforestación en España, aunque positivos en general, han sido problemáticos en algunos aspectos. Uno de ellos es que a menudo se han utilizado pinos y eucaliptos no autóctonos, sin tener en cuenta la transformación histórica de los ecosistemas naturales. Según Moya Navarro et. al., la introducción de especies no adaptadas a estas zonas podría degradar la biodiversidad de valiosos ecosistemas no forestales de la Península Ibérica. Sugieren que, en lugar de plantar árboles en cualquier lugar y en todas partes, un buen punto de partida sería gestionar adecuadamente los bosques existentes antes de pensar en plantar otros nuevos en cada zona desarbolada.
En efecto, es urgente gestionar adecuadamente los bosques existentes, ya que el 20% del territorio español corre actualmente riesgo de desertificación y el 31,5% ya está afectado por ella. Esto se debe en parte al aumento de los incendios forestales, provocados por el aumento de las temperaturas y la disminución de las precipitaciones. Estos incendios destruyen la capa superficial del suelo, lo que provoca erosión y, en última instancia, desertificación.
Las prácticas de reforestación inadecuadas pueden aumentar el riesgo de “megaincendios” forestales. Cuando los árboles y las plantas son de edad y tamaño similares y crecen con demasiada densidad, se crea una acumulación de madera muerta y materia orgánica, que puede prender con facilidad y propagarse.
Como señalan Valbuena-Carabaña et al., es crucial tener en cuenta el nivel de alteración del ecosistema y las causas históricas subyacentes antes de aplicar estrategias de conservación de las plantas. Esto es especialmente importante tenerlo en cuenta a la hora de participar en esfuerzos liderados por ciudadanos, que a pesar de sus buenas intenciones, pueden carecer de conocimientos científicos y, por tanto, suponer riesgos para el medio ambiente.
Los países europeos han reintroducido el bisonte como especie clave para ayudar a la gestión forestal. El bisonte desempeña un importante papel ecológico en la configuración de su hábitat, creando zonas de suelo desnudo para que arraiguen las plantas pioneras y dispersando nutrientes y semillas por el terreno. En España, los terratenientes privados han empezado a reintroducir bisontes en Parques Nacionales cerrados y tierras privadas como un enfoque más sostenible de la gestión de la tierra y la conservación de la naturaleza y las especies.
A pesar del impacto de la deforestación y del uso de los recursos naturales en el paisaje español, en el último siglo se han realizado importantes esfuerzos de reforestación. En la actualidad, España es el tercer país europeo con mayor cubierta forestal, con aproximadamente 18,4 millones de hectáreas (alrededor del 36,7% del país) cubiertas por bosques. El director de WWF España, Enrique Segovia, ha llegado a sugerir que la ardilla que describió Estrabón podría ahora cruzar España de norte a sur, pero sólo por el oeste.
Segovia señala que ciertos tipos de árboles, como los sabinares, pueden estar demasiado espaciados para que las ardillas se desplacen entre ellos. Sin embargo, como se ha señalado antes, esto no debería llevar a una reacción instintiva de plantar más árboles entre ellos. Por el contrario, para una conservación eficaz es esencial una comprensión matizada de los paisajes, incluidos sus cambios históricos. Si España consigue perfeccionar su enfoque de la restauración de este modo, podría servir de modelo para otros países que deseen emprender esfuerzos de reforestación a gran escala.